Puerto Vallarta se ve llena. No se siente próspera para quien cobra en caja. En el Malecón, muchos visitantes se detienen para fotos y siguen de largo. Restauranteros reportan mesas que giraron menos de lo previsto. La cámara patronal resume la temporada como “bastante baja” en consumo, aun con ocupación cercana al 80 por ciento. La cifra de cuartos ocupados luce bien. La economía de banqueta cuenta otra historia.
El problema no es la falta de gente. Es la falta de tickets pequeños. Esos pagos sostienen a vendedores, cocineros, guías y proveedores locales. Cuando se adelgazan, el impacto recorre toda la cadena.
El efecto resort en las ventas de barrio
El todo incluido ofrece comodidad. También actúa como dique. Si el huésped ya pagó tres comidas y entretenimiento, baja la curiosidad por probar una taquería o contratar un tour independiente. Los negocios más cercanos a los corredores hoteleros lo resienten primero. Más lejos, el golpe alcanza a mercados, pescadores y artesanos que abastecen esos locales.
El patrón se nota en el Malecón. La gente camina, pregunta y se va. Los vendedores hablan de “temporada baja” no por la ausencia de flujo, sino por un gasto contraído en los consumos cotidianos que mantienen vivos a los barrios.
gasto turístico en Puerto Vallarta
Las cámaras coinciden en el diagnóstico. Matizan en el calendario. La industria restaurantera admite una temporada difícil y espera repunte a fin de año. La cámara de pequeños comercios ve mejores rutas y vuelos y proyecta crecimientos de dos dígitos, con picos de fin de semana elevando el promedio. Ambos escenarios dependen de lo mismo: devolver el gasto turístico en Puerto Vallarta a la ciudad y no dejarlo encerrado en los complejos.
No se trata de “acabar” con el modelo. Se trata de rediseñarlo para que la ciudad comparta el valor. Créditos canjeables en restaurantes independientes, degustaciones en barrios, transporte incluido hacia mercados y distritos culturales. La conveniencia se mantiene. El beneficio se reparte.
Lo que dijeron los líderes al mirar adelante
En un foro estratégico realizado en junio, grandes plataformas y grupos hoteleros enviaron un mensaje directo: Puerto Vallarta debe refrescar su relato sin perder su carácter. No piden un eslogan. Piden una narrativa que invite a conocer la ciudad, no solo a verla desde una camastro. La autoridad estatal subrayó que, si el turismo es prioridad, las decisiones deben estar a la altura: servicios básicos, capacitación y una presentación del destino que conecte con viajeros más exigentes.
El debate suele desembocar en “diversificación”. Importa, pero es el segundo paso. Primero hay que hacer sencillo, seguro y gratificante gastar fuera de los hoteles. Después, ampliar la oferta: estancias médicas y de bienestar con anclaje local, aventura de bahía y montaña con guías certificados, visitas a talleres y recorridos de barrio con artesanos a la vista, eventos deportivos que llenen semanas valle y un ecosistema fílmico que una rodajes con funciones públicas. Todo eso funciona solo si los pesos llegan a quienes hospedan la experiencia.
La prueba del otoño
Podría venir un alivio en octubre con el retorno de viajeros canadienses y las vacaciones de fin de año. Los picos de fin de semana pueden empujar la ocupación. Si el valor se queda en los resorts, la ciudad seguirá ocupada y mal pagada. Si hoteles y sector público bajan la fricción para explorar—y comparten el foco con los barrios—las mismas multitudes dejarán otro balance.
El pedido es práctico. Guiar con intención a los huéspedes fuera del perímetro hotelero. Hacer que la calle sea una opción natural después del atardecer. Volver a poner al Malecón como puerta de entrada, no al brazalete. Con eso, el gasto turístico en Puerto Vallarta deja de ser un KPI abstracto y se convierte en propinas llenas, reservas constantes y pedidos a los proveedores que hacen que la ciudad funcione.