El turno empieza cuando las sombrillas son siluetas y la marea afloja la arena. En Boca de Tomates, los equipos formados por Nacabe AC caminan con luces rojas y pasos medidos. Están encontrando rastros casi todas las noches. Hay jornadas con más de 30 nidos en apenas cuatro kilómetros, una cadencia que confirma el rebote tras dos años flojos por La Niña.
Carlos Alberto Hernández Mora, director de Nacabe AC y responsable técnico del campamento, resume el ánimo del equipo. Recuerda una patrulla récord en el mismo tramo: 64 nidos en una sola noche, hace tres años. No promete repetir la marca, pero sí anticipa una temporada sólida si las condiciones se mantienen.
Un repunte con anclaje local
El fenómeno no se limita a un campamento. En un año bueno, entre Boca de Tomates, la zona de Marina Vallarta y el resto del municipio, se colectan alrededor de 4,000 nidos a lo largo de unos 20 kilómetros de costa. La escala importa. Cada nido reubicado en corral evita pisoteos, saqueo, luces directas y perros sueltos. Es pasar de la incertidumbre a una probabilidad medible de vida.
Dentro de los corrales, los números cuentan la historia. La tasa de eclosión supera el 92 por ciento. Es mejor que dejar la puesta en una playa concurrida, donde el éxito natural suele oscilar entre 80 y 92 puntos porcentuales y cae con la presión humana. El método no es espectacular; es constante y replicable, afinado durante años con protocolos claros.
Qué exige una playa concurrida
Las multitudes cambian la playa: compactan la arena, alteran la luz y elevan el ruido. Las patrullas se adaptan con horarios más tempranos, rutas rotativas y traslados rápidos al corral. Ese engranaje solo funciona si la gente que lo opera conoce el protocolo. Hernández Mora insiste en la capacitación continua del personal municipal, porque los relevos son frecuentes y un paso mal dado —como manipular mal una puesta o leer mal la marea— borra semanas de trabajo.
La capacitación no es solo técnica. Construye una cultura de detalles: por qué la luz roja es más segura que la blanca, por qué las huellas importan en la línea de pleamar, por qué la reubicación exige rapidez sin brusquedad. En una temporada activa, la diferencia entre la buena práctica y la improvisación se nota semanas después, cuando empiezan a romperse los cascarones.
La gente como aliada
La mayoría de las personas no busca causar daño. Un destello de celular por una “foto para el recuerdo” desorienta a una hembra. Un niño curioso alza una cría para sentirla de cerca. Pequeñas decisiones suman en una costa que en buen año alberga miles de nidos. Las pautas son simples a propósito: mantener siete metros de distancia, no tocar, no usar luces intensas ni flash y llamar al 911 si se encuentra una tortuga o un nacimiento. Menos contacto, más asombro.
Seguir estas reglas no es solo cuestión ética. También es legal. Todas las especies de tortugas marinas en México están protegidas por la NOM-059 de Semarnat. Manipular ejemplares o extraer huevos es un delito. Ante cualquier duda, lo correcto es retirarse y permitir que autoridades o asociaciones autorizadas actúen.
Mirada a los próximos meses
Los picos de anidación pondrán a prueba la capacidad de corrales y patrullas. Un buen año implica más recorridos, más traslados y más llamadas oportunas. También ofrece más oportunidades para convertir visitantes en aliados informados. El trabajo es local, paciente y repetitivo por diseño. Así se pasa de una puesta enterrada en la oscuridad a una cría que toca espuma.
Si el ritmo actual se sostiene, Boca de Tomates podría rozar de nuevo esas noches excepcionales. Aun si no ocurre, el indicador que más pesa es otro: decenas y luego cientos de crías cruzando la arena húmeda. Cuando eso sucede, una temporada deja de ser estadística y se vuelve una historia compartida entre comunidad, visitantes y mar. Esa es la apuesta de esta costa: playas vivas, no solo bonitas, y una recuperación que se cuida paso a paso.